Aunque ciertos genes podrían resultar clave para entender por qué algunas personas se recuperan mejor ante la adversidad, la sicología conductual afirma que la también llamada resiliencia opera como un músculo: requiere ejercicio para fortalecerse.
por Ricardo Acevedo
La muerte de un familiar, rehacer la vida después de un divorcio o superar el temor que deja tras de sí una catástrofe natural como un terremoto. Recientes estudios han comprobado que entre uno y dos tercios de quienes atraviesan esta clase de situaciones experimentan fuertes síntomas de estrés pudiendo, incluso, llegar a desarrollar una depresión. ¿En qué radica, entonces, la habilidad para sobreponernos ante los problemas y adversidades?
Durante décadas los científicos han buscado desentrañar las claves de esta suerte de "habilidad natural" para sobreponerse, capacidad también conocida como resiliencia: ¿Por qué algunas personas parecen salir mejor paradas que otras frente a los mismos problemas? Las últimas investigaciones han permitido identificar ciertos genes que podrían resultar vitales para entender el fenómeno, trabajos a los que se suman investigaciones que aseguran que la resiliencia se puede "inocular".
Las conclusiones indican que el desarrollo de esta capacidad es muy similar a lo que se requiere para fortalecer el estado físico: práctica, ejercicio. En otras palabras, no es evitar el sufrimiento lo que nos hará ser más fuertes y felices, sino atravesar y sobrevivir a estas experiencias. Estimular el ego, no reprimir la melancolía y entender que el dolor asociado a una pérdida es una estrategia biológica para superar problemas son algunas "técnicas" que promueven hoy los especialistas.
Aprender de las catástrofes
Muchos de estos hallazgos han sido realizados estudiando los traumas que provocan las catástrofes. Un ejemplo es el trabajo de la doctora Roxane Cohen Silver, de la U. de California, Irvine, que ha estudiado el estrés postraumático que afectó a personas que sufrieron el ataque a las Torres Gemelas, el huracán Katrina, las balaceras de estudiantes en escuelas de EE.UU. y que el año pasado llegó hasta Chile para analizar el estrés generado por el terremoto del 27 de febrero, en conjunto con los académicos del Instituto Salud y Futuro de la Universidad Andrés Bello, Manuel Inostroza y Francisco Ugalde.
En uno de sus estudios, junto a especialistas de la Universidad de Buffalo, realizó un seguimiento durante varios años a un grupo de 2.000 personas que debían ir registrando eventos negativos en sus vidas, como el divorcio, la muerte de un pariente, una enfermedad invalidante o catástrofes naturales de diversa índole. De todo el grupo, 194 participantes reportaron no haber sufrido ninguna de las 37 opciones que se incluían en la lista. Pero contrariamente a lo que se pueda pensar, este grupo no se mostraba más satisfecho con sus vidas que aquellos que habían sufrido una decena de traumas: sus niveles de decepción eran muy similares.
Quienes mostraban mayor satisfacción, en cambio, eran aquellos que habían pasado por un promedio de entre dos y seis eventos traumáticos: se revelaban más felices y resilientes que los otros dos grupos. "Los eventos negativos conducen a una respuesta de defensa, que nos fuerza a aprender sobre nuestras destrezas y capacidades para afrontar los problemas", dice la experta a La Tercera. En última instancia, concluye, el desarrollo de la resiliencia es como la fortaleza física. "Requiere ejercicio, pero al igual que los músculos la sobreexigencia termina generando efectos negativos".
Las claves de la resiliencia
¿En qué radica entonces la diferencia entre quienes muestran resiliencia y quienes no? No solamente el número de episodios negativos que se experimentan, sino también la forma en que se enfrentan los problemas.
El especialista George A. Bonanno, de la U. de Columbia, también ha dedicado su carrera a estudiar a las personas enfrentadas a desastres y tragedias. En sus estudios ha comprobado que la melancolía ayuda en el proceso normal de sanación, pero dice que existe un grupo cercano al 10% que en lugar de superar los traumas cae en depresión.
La personalidad y la forma en que se enfrentan los duelos es clave, explica. Aquellos que mejor superaban toda clase de tragedia eran los que mostraban reacciones cercanas al narcisismo, es decir, mostraban percepciones positivas exageradas acerca de sí mismos y de sus reacciones ante el dolor. Igual cosa sucedía con aquellos que reprimían sus pensamientos y emociones, autoconvenciéndose de que podrían manejar "cualquier eventualidad que se les presentara". Estas estrategias eran eficaces tanto para sobrevivientes de la guerra de los Balcanes, como de aquellos que vivieron en carne propia los atentados de las Torres Gemelas.
Estos resultados ayudaron a explicar por qué las terapias de grupo con víctimas de tragedias que debían revivir los sucesos negativos no mostraban ser efectivos en la recuperación, como se pensaba en la década de los 90.
Roxane Cohen Silver agrega que las personas proclives a "rendirse, a decir simplemente no puedo más", no se recuperan tan bien como los más propensos a seguir intentando, y a buscar ayuda profesional o entre sus redes de apoyo. "Rendirse parece ser la forma menos efectiva de superar una pena", asegura.
El dolor de la exclusión
Cabe señalar que la relación entre el atravesar problemas y los efectivos positivos que genera el superarlos también ha sido comprobado a nivel del cerebro. Motivado por frustraciones que sufrió de niño al sentirse excluido por sus pares, el sicólogo Kipling D. Williams, de la Universidad de Drake, EE.UU., desarrolló experimentos en que los participantes eran sometidos a juegos de computador que los excluían de los premios sin razón aparente, mientras la imagen de sus cerebros eran sometidas a escáneres.
Las conclusiones indicaban que en ellos se activaban los mismos circuitos cerebrales asociados al dolor físico, generando enojo, estrés y pérdida de autoestima. Una respuesta "funcional", dice este estudio, ya que nos ayuda a reflexionar sobre la situación que nos afecta, entender su significado y buscar qué errores cometimos para ser excluidos. "Si un individuo es dejado fuera de una tarea por sus colegas en el trabajo, por ejemplo, la experiencia puede motivarlo a ser más productivo", señala la investigación. En última instancia, dice, buscaremos vías para ser incluidos de nuevo.
El factor genético
Otros estudios del cerebro que han indagado en la respuesta ante el estrés plantean que ciertos genes podrían también ser clave en explicar la resiliencia. Ante una experiencia negativa o amenazante, dicen los estudios, el hipotálamo libera señales que activan las hormonas del estrés poniendo al organismo en estado defensivo: es así que se genera la reacción de pelear o de huir. Cuando esta reacción se prolonga por demasiado tiempo, se generan efectivos negativos en la salud. De algún modo, las personas resilientes tienen la capacidad de atenuar más rápidamente esta reacción.
Ciertas hormonas y proteínas parecen ser clave. Una de ellas, llamada DeltaFosB, ha mostrado ser más elevada en roedores que resistían bien al aislamiento o la agresión de otros especímenes dominantes, y reducían la respuesta cerebral al estrés, según un estudio del Centro Medico Mount Sinai, EE.UU. Si estos mecanismos prueban ser similares en el hombre, se podría desarrollar una píldora que ayude a las personas que muestran más dificultades para superar traumas.
Otro estudio reciente, realizado por investigadores de la U. de Michigan, que analizaron los resultados de más de 50 informes, concluye que la variación de un gen específico determina la mayor susceptibilidad de sufrir depresión ante eventos estresantes.
(latercera.cl 12 de marzo 2011)