Nuevos estudios confirman que ni el talento ni los genes bastan para alcanzar el éxito: la clave es intentar una y otra vez. Una nueva fórmula, basada en la capacidad para seguir en carrera, podría dejar obsoletas las pruebas de coeficiente intelectual.
por Ricardo Acevedo Zalaquett
Todo parecía estar en contra. Con el peso de su reciente fracaso matrimonial, una hija a quien cuidar y los escasos ingresos que obtenía de su pensión estatal, J.K. Rowling había decidido que la única forma de superar el trance era logrando algo importante. Era el año 1994 y, apenas la pequeña Jessica se quedaba dormida, Rowling se dirigía hasta el café más cercano para escribir, día tras día, las historias del joven mago que años más tarde la convertirían en una mujer mas rica que la propia Reina de Inglaterra. El resto es historia conocida.
¿Qué tienen en común la creación de Harry Potter con la lucha del Rey Jorge VI por vencer su tartamudez, como muestra el galardonado filme El discurso del Rey? Todavía más, ¿qué tienen en común la obra musical de Mozart con el trabajo de científicos como Albert Einstein o Isaac Newton? La clave no es otra que la perseverancia. Así lo demuestran los últimos estudios que confirman, de manera definitiva, que el secreto tras el éxito no son los genes ni el talento. En otras palabras que el talento se hace, no nace.
Cambio de enfoque
Si durante décadas los investigadores plantearon que la mejor forma de descubrir un talento era midiendo el coeficiente intelectual de la persona y sus "habilidades cognitivas", hoy la tendencia es enfocarse en características de la personalidad como el autocontrol, la motivación y la capacidad para mantenerse enfocados en una tarea específica en el largo plazo. Esfuerzos que hoy apuntan a "inocular" esta capacidad en las escuelas: la meta es dar origen a una generación de niños "perseverantes" capaces de alcanzar sus metas y, en última instancia, desarrollar su propia "genialidad".
Uno de los trabajos que ayudó a desarrollar este nuevo enfoque fue el de la sicóloga de la Universidad de Stanford, Carol S. Dweck. Como parte de un experimento, tomaron a cientos de niños de educación básica de 12 escuelas en Nueva York, a los que dividieron en dos grupos. Todos debían tomar el test de coeficiente intelectual, pero mientras un grupo era premiado por su inteligencia, el otro recibía incentivos por su esfuerzo en la prueba.
Resultó que los últimos mostraban trabajar con más empeño en resolver los puzzles que presentan estos tests, mientras que el grupo de "los inteligentes" se rendía con más prontitud. Finalmente todos fueron sometidos a una nueva prueba, con el mismo nivel de dificultad. El grupo de los "esforzados" mejoró su rendimiento en 30%, mientras que "los inteligentes", cayeron en 20%. ¿La clave? En su informe los sicólogos concluyen que no fue otra que "la confianza de saber que su esfuerzo podía conducirlos al éxito". Dicho de otro modo, la motivación y la perseverancia fue más validada por sus profesores que el talento.
Además de una buena motivación, los últimos estudios sicológicos apuntan también a factores de personalidad que llevarían a ciertos individuos a persistir más que otros en una tarea. Angela Duckworth, sicóloga de la Universidad de Pensilvania, realizó un experimento con 190 participantes en una competencia nacional de deletreo de palabras muy popular en Estados Unidos. Buscaba descubrir qué rasgos presentaban los ganadores.
Las conclusiones no sólo comprueban que quienes más practicaban lograban las mejores posiciones -como era de esperar en esta prueba-, sino que las entrevistas demostraron que entre los ganadores se presentaba una característica en común: firmeza de carácter, persistencia y autocontrol. Ellos tendían a obsesionarse más con alcanzar una meta y se focalizaban en llegar a ella. Claro está que todos, sin excepción, evaluaban el período de práctica como el más aburrido del proceso, sin embargo aquellos que compartían estos rasgos practicaban más y más a medida que comenzaban a apreciar los logros.
Nuevo test
Pero una de las consecuencias colaterales de este estudio fue también comprobar la inutilidad de los tests de coeficiente intelectual para predecir el éxito, asegura Duckworth. Estas pruebas pueden medir la máxima capacidad de desempeño de una persona, pero al igual que ocurre con el deletreo de palabras, para alcanzar el éxito se requiere lo que se denomina "práctica deliberada", ejercicio persistente en el tiempo.
Un ejemplo muy usado por los sicólogos para reforzar el punto es el de Isaac Newton. La historia dice que en el año 1666, de manera súbita y al ver caer una manzana, el físico y matemático inglés desarrolló el concepto de la gravitación universal. Pero la realidad tiene mucho menos de poesía y mucho más de persistencia. Newton escribió cientos de volúmenes estudiando desde los movimiento de los cuerpos celestes hasta la mecánica clásica. Fue así que su teoría fue publicada décadas más tarde, en el año 1687 cuando sale a luz Principia.
Todas estas nuevas conclusiones se suman a las investigaciones de Anders Ericsson, el científico que estableció que para alcanzar la genialidad se necesitan 10.000 horas de práctica y cuyos estudios fueron dados a conocer en libros como El código del talento", de Daniel Coyle y Blink, de Malcolm Gladwell.
Angela Duckworth cuenta que diseñó un nuevo test. Con preguntas del tipo "me distraigo de lo que estoy emprendiendo con nuevas ideas o proyectos o "he estado obsesionado con ideas y proyectos, pero luego pierdo interés", podría ser usado para reemplazar las pruebas de coeficiente intelectual y descubrir así al Newton que todos llevamos dentro.
(Tendencias, La Tercera.cl)